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A medida que avanza el siglo XXI, una creciente cantidad de expectativas por parte de múltiples actores institucionales desafían a las organizaciones a rendir comercialmente aumentando su valor societario y, al mismo tiempo, a hacer frente a estándares normativos y legales cada vez más altos.
En los años ochenta, las empresas se dieron cuenta de la importancia estratégica de los recursos humanos y se produjo una revolución en el mundo del management. A fines de los noventa, la tecnología y la conectividad dispararon el fenómeno hoy conocido como la globalización. Cada una de estas olas trajo consigo grandes oportunidades de desarrollo y crecimiento económico. Sin embargo, el 11 de septiembre y las debacles éticas corporativas de los primeros años del nuevo milenio revelaron, una vez más, que los cambios rápidos dejan brechas que son difíciles de cerrar.
No hay dudas de que las innovaciones tecnológicas han contribuido a la simplificación de los procesos operativos y a bajar los costos. Por otra parte, no obstante a ello, todavía hay muchas áreas donde queda mucho por hacer. En cuanto a nosotros, los humanos, parece que hemos aprendido a organizarnos un poco mejor. Sin embargo, seguimos por lo general dejando mucho que desear en lo que respecta a trabajar en forma cooperativa a través de las fronteras, nos sigue faltando creatividad y seguimos tomando malas decisiones. Para peor, estamos en medio de una guerra (contra el terrorismo) que no conoce fronteras ni nacionalidades. Esta es la confusa e inestable realidad en la que las empresas operan hoy. Bienvenidos a la era de la administración del riesgo.
Hoy más que nunca las empresas enfrentan el doble desafío de rendir sin cesar, es decir, agregar valor y hacer dinero en un ambiente cada vez más competitivo y, a la vez, de tener que cumplir con una miríada de leyes y normas mientras administran riesgos de toda índole –operacional, político, ambiental, de crédito, de lavado de dinero, etc.
El desafío
SOX, HIPAA, Basel II, FISMA, COSO, GLB, CobIT, SAS 94, BSA, GLBA. No, no se trata de productos farmacéuticos ni de personajes de ciencia ficción. Son las siglas de algunas de las leyes, reglamentaciones y estándares que empresas de todo tipo y tamaño deben cumplir hoy en los Estados Unidos y en otros países del mundo. Complicado, ¿verdad? Permítame intentar explicarlo. Estas normas y estándares aspiran nada más y nada menos que a crear un entorno más seguro, más confiable, más justo y más transparente. Intentan proteger los derechos y mejorar el bienestar de ciudadanos, consumidores, empleados, organizaciones e incluso el planeta Tierra. Como toda norma jurídica, intentan controlar los impulsos humanos, lo que a los humanos no nos cae muy bien, especialmente cuando cumplir con ellas representa altos costos en términos de tiempo y dinero.
Tan larga como las lista de riesgos que las organizaciones enfrentan hoy –de crédito, de mercado, de incumplimiento, de lavado de dinero, etc. – es la lista de actores e instituciones y audiencias a las que las empresas deben servir: agencias gubernamentales federales y provinciales, legisladores, inversionistas, clientes, empleados, consumidores.
La oportunidad
Si bien hacerse camino en este laberinto normativo puede parecer desalentador y oneroso, estas aparentes amenazas deberían ser bienvenidas por los líderes como una ocasión para bajar un poco la velocidad y echar una mirada renovadora a los procesos de sus empresas con los fines de identificar oportunidades de simplificación y eliminación de ineficiencias e incluso de reevaluar sus estrategias comerciales. En otras palabras, tenemos hoy la oportunidad única de mirarnos al espejo y encontrar formas de zanjar aquellas brechas creadas por el cambio.
A través de esta oportunidad de auto-evaluación podremos también embarcarnos en otro esfuerzo reparador –aprender cómo comunicarnos y colaborar más efectivamente, encarar proyectos de descubrimiento y creatividad conjuntos y cambiar nuestros hábitos mentales y estilos de trabajo.
Existe aún otra oportunidad: la posibilidad de encarar la integración de los recursos tecnológicos a lo largo y a lo ancho de nuestras empresas.
Es mediante estos procesos impulsados por el área de cumplimiento que el rendimiento comercial podrá no solo mantenerse, sino aumentarse y los costos no solo contenerse, sino reducirse. En resumen, los profesionales de cumplimiento tienen la oportunidad única de encontrar sinergias e eficiencias entre la performance comercial y el cumplimiento normativo.
¿Grandioso e idealista? Yo digo que necesario, fundamental y factible.
La solución
La integración humana y tecnológica a la que llama la era de la administración del riesgo no puede operar en el vacío. Esto es simplemente imposible. La solución consiste en crear el hábitat, el entorno que funcionará como catalizador para la integración: una cultura que promueva tanto el cumplimiento como la performance comercial.
Aunque parezca con concepto abstracto, la cultura es muy real y maleable: puede diseñarse, administrarse y cambiarse a través de acciones y procesos. No obstante, estos cambios no se van a producir por arte de magia. Exigen de la capacidad de aprender, ser visionario, planificar y, sobre todo, de mucho coraje por parte de los líderes. Solo a través de estos mecanismos, una combinación de compromisos explícitos y acciones muy bien planificadas y ejecutadas con rigor, podrán las empresas crear una cultura de cumplimiento y performance.
La clave de este enfoque optimista está, en mi opinión, en enfocarse en el espíritu y no en la letra de la ley. Al hacer esto, notaremos inmediatamente que lo que esta multitud de leyes y normas persiguen –seguridad, solidez financiera, justicia y transparencia– no son más que valores altamente deseables. Si realmente nos importan nuestras profesiones y ocupaciones, todos perseguimos propósitos que trascienden el beneficio económico. Entonces, ¿no coinciden nuestros propósitos al menos parcialmente con esos valores altamente deseables?
No me caben dudas de que el área de cumplimiento puede y debería ser un impulsor estratégico. Aprovechemos esta oportunidad única de auto-evaluarnos y busquemos sinergias y eficiencias entre el cumplimiento y la performance operativa. Al hacerlo podremos administrar los riesgos, cumplir con la normativa vigente y a la vez impulsar el valor de nuestras empresas.
Toda buena empresa comienza con esos principios abarcadores que llamamos valores y continúa con la creación de valor para todos los actores e instituciones que conforman nuestra audiencia. En los negocios todo se trata del valor.
[Este artículo apareció por primera vez, con algunos pequeños cambios, en The Cayman Islands Journal en diciembre de 2005. Lo escribí en un momento en que, como creo que sigue sucediendo hoy aunque no tanto (la crisis del 2008 despertó a muchos del sopor), las instituciones financieras creaban estructuras de control con poca consideración sobre su impacto en los costos y la performance comercial, debido a que se enfocaban excesivamente en la letra de la leyes y los reglamentos. Ocho años más tarde, sigo creyendo que tanto ejecutivos como profesionales del cumplimiento continúan sin aprovechar la oportunidad de optimizar la ecuación costo/beneficio al no enfocarse en un tratamiento holístico y abarcador de la administración del riesgo y el rendimiento, para lo que la tecnología, ahora más que nunca, es capaz de ser el catalizador. Confío en que las sabias mentes del ciberespacio comprendan lo que quise decir sin mayores explicaciones y espero que estén de acuerdo conmigo en que este artículo sigue teniendo relevancia hoy.]
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